viernes, 29 de septiembre de 2017

ÉTICA PARA AMADOR






         Dedicado especialmente a los alumnos del colegio Markham de Lima. Su profesora, mi amiga Tana (a la que ellos llaman cariñosamente Miss Burga), se dispone a empezar el curso con el estudio de un libro de Fernando Savater, y me ha pedido que les escriba un texto de bienvenida: aquí está; cada una de sus partes estará destinada a ser leída al final de cada capítulo del libro y en ellas se descubrirán, progresivamente, algunas de las fuentes donde ha sabido beber el autor en el momento de escribirlo.
         Desde España, para Perú, con mis mejores muestras de respeto y de cariño.



LAS FUENTES FILOSÓFICAS DE LA ÉTICA PARA AMADOR

         El hijo de Fernando Savater se llama Amador. Cuando entró en la adolescencia, hace ya unos cuantos años, su padre quiso darle unas sencillas nociones de ética para que aprendiera a moverse por la vida; el resultado fue este libro: Ética para Amador. En él están contenidos, de manera implícita, unos cuantos autores que son, desde hace tiempo, verdaderos clásicos del pensamiento universal. Savater no ha querido citarlos para no estropear la sencillez con la erudición, pero la amenidad no tiene por qué estar reñida con el conocimiento y se pueden escribir cosas eruditas, como quería Hume, sin dejar de decir cosas entretenidas. Los autores están ahí, desperdigados por el libro, pero no se ven (como si no existieran, o como si estuvieran ocultos); en las páginas que siguen voy a intentar ponerles nombre.

1. De qué va la ética. (Sartre).
         Kant distinguía entre naturaleza y libertad. La naturaleza está programada, la libertad no. Cuando soltamos una piedra, cae hacia abajo por efecto de la gravedad (siempre hacia abajo, nunca hacia arriba); cuando un átomo de oxígeno (al que le faltan dos electrones) se encuentra con dos de hidrógeno (que tienen cada uno un electrón) se unen en un enlace covalente; cuando entra el sol por la ventana, la maceta se orienta hacia ella por efecto de la fototaxia; y cuando huele un trozo de queso, el ratón corre a buscarlo movido por su instinto: todas estas cosas suceden por necesidad, y siempre son previsibles. Sin embargo, nadie puede prever cuál va a ser nuestra reacción ante un problema, porque nos lo vamos a tener que pensar antes de actuar y nadie puede conocer de antemano el resultado de nuestros pensamientos. Kant sostenía que la razón nos hace libres, porque, al obligarnos a pensar las cosas, nos evita que tengamos que reaccionar ante ellas de manera automática. Sartre llegó a decir por eso que estamos (valga la paradoja) condenados a ser libres.
         Precisamente porque somos libres podemos buscar en todo momento lo que nos conviene, y por eso dice Aristóteles que somos animales racionales; la parte animal que hay en nosotros debe ser guiada por la razón, y en eso consiste la ética. La ética es el arte de saber vivir.

2. Órdenes, costumbres y caprichos. (Horkheimer).
         A la libertad, Kant la llama autonomía: somos autónomos cuando seguimos los dictados de nuestra razón; pero cuando nos mueven a actuar las órdenes (por miedo), las costumbres (por comodidad) o los caprichos (por ganas), es como si no decidiéramos nosotros, como si tuviéramos dentro una especie de parásito moral que nos mueve a hacer las cosas sin pensarlas: a esa forma irreflexiva de actuar Kant la llama heteronomía (de héteros = otro, y nomos = norma: es como si las normas nos las impusiera otro ser que tenemos dentro, y que no somos nosotros).
         Horkheimer nos aclara un poco más cuál es el papel de la razón. Existe una razón instrumental, que nos dice cómo tenemos que hacer las cosas (por ejemplo, puede ser útil, para evitar que el barco naufrague, arrojar al mar a una parte de la tripulación); pero sólo la razón crítica nos dice si está bien hacerlo (en efecto, tirar a la gente para que se ahogue es inmoral, porque valen más las personas que las cosas y es preferible que se pierda la mercancía a que se pierda una sola vida humana). Aristóteles llamaba técnica (“techné”) a la razón instrumental, y ética (o “praxis”) a la razón crítica. El problema es que estamos invadidos por la técnica y vivimos esclavos de ella, porque no se nos ocurre filtrarla a la luz de la praxis; por ejemplo, aprendemos a hacer cosas nuevas pero no sabemos para qué las hacemos; aprendemos a manejar los móviles (los celulares) sin darnos cuenta de que los usamos para incomunicarnos (pues preferimos comunicarnos por WhatsApp con la gente que está lejos, ignorando a la que tenemos a nuestro lado); sabemos fabricar televisores y los utilizamos para no hablar con quienes comen a la misma mesa que nosotros, pues en lugar de mirarlos a ellos miramos la pantalla; y compramos cosas caras, que la publicidad convierte en caprichos, sin darnos cuenta de que, en realidad, no las necesitamos.

3. Haz lo que quieras. (San Agustín).
         Ésta es una frase de San Agustín: “dilige et quod vis fac” (o sea: “ama y haz lo que quieras”); si tus acciones están motivadas por amor, entonces no pueden ser malas (y, hagas lo que hagas, necesariamente tiene que ser bueno). Savater, como buen hedonista que es, asume explícitamente una cita de Rabelais: que las personas libres sienten por naturaleza el instinto de huir del vicio y de acogerse a la virtud.
         Y si la libertad consiste en no dejarse llevar por otros, uno tiene que darse cuenta de lo que está decidiendo, y tiene que informarse para decidir por sí mismo; el saber nos hace libres; la ignorancia nos hace obedientes. Esto tiene que ver con el intelectualismo moral de Sócrates, que se enuncia así: para obrar bien hay que conocer el bien, o lo que es lo mismo: no hay gente malvada, sino gente  ignorante; se porta mal quien no sabe reconocer el bien. Por eso se ha comparado a Sócrates con Jesucristo, que no consideraba malvados, sino ignorantes, a quienes disfrutaban con su sufrimiento: “perdónalos porque no saben lo que hacen”. 


4. Darte la buena vida. (Aristóteles).
         Después de aludir de pasada, implícita o explícitamente, a algunos de los autores que ya han sido mencionados (Kant, Sartre, Rabelais), Savater se centra en lo que le interesa: Aristóteles, que ha definido al ser humano como un animal racional; de ahí  tiene que deducir que es un animal que habla (el resto de los animales tienen voz, que sirve para expresar placer y dolor, y no palabra, que sirve para expresar lo justo y lo injusto). Ahora bien, no se puede hablar si no hay interlocutores, y escucharlos es tratarlos como a personas igual que nosotros; con lo cual llega la tercera definición que da Aristóteles del ser humano: un animal social (o lo que es lo mismo: un animal político). Al hablar aprendemos cosas, y por eso el lenguaje es la base de la cultura.
         Llegados a este punto Savater vuelve a Kant: una persona (dice Kant) es un ser que no puede ser utilizado como herramienta, como objeto; la prostitución, por ejemplo, es inmoral porque la mujer deja de ser persona para convertirse en objeto de placer. Hay otras versiones de la mujer objeto: la modelo que se instrumentaliza hasta ser esclava de su cuerpo, sin importarle adelgazar hasta volverse anoréxica; la que, en un concurso de misses, se anula a sí misma hasta no ser más que un modelo de belleza. El esclavo también es un hombre convertido en objeto: como tal, puede venderse y comprarse. Hay hombres que tratan a sus novias como sus propiedades, prohibiéndoles salir de casa cuando no están ellos.
         La buena vida, para Aristóteles, no es el placer desmedido de la juerga, sino el intento de mejorar cada día más como persona: eso requiere un esfuerzo; sobre todo un esfuerzo de la razón. Si yo valgo para tocar el piano porque tengo talento musical, debo ejercitar ese talento y practicar mucho; así me convertiré en un virtuoso del piano. La virtud, para Aristóteles, consiste en hacer las cosas bien, y hacerlas cada vez mejor; pero ¿qué cosas debemos perfeccionar? Las que están en nuestra naturaleza: la razón, el diálogo, la sociedad. Por eso darse la buena vida es lo mismo que dar la buena vida; y por eso Kane (el personaje de una película de Orson Welles: Ciudadano Kane), acostumbrado a comprarlo todo, nunca fue feliz: porque a su lado nunca tuvo personas, sino objetos.

5. ¡Despierta, baby! (Kant).
            Kant ha estado presente en todos los capítulos anteriores: éste parece estarle dedicado de manera especial. Siguiendo con el ejemplo de Ciudadano Kane, Savater insiste en que si tratamos a los demás como cosas, sólo cosas recibiremos de ellos; sólo si los tratamos como personas recibiremos lo que sólo una persona puede darnos: amistad, respeto, amor; porque eso se da entre iguales.
            Kant distinguía entre un yo empírico y un yo puro. Si veo que alguien pierde una joya muy valiosa y yo la recojo del suelo y me la llevo sin decirle nada, habré actuado por interés, por egoísmo, como el resto de los seres de la naturaleza: soy un yo empírico. Pero si, venciendo mi codicia, se la devuelvo, habré actuado libre de todo interés y egoísmo: y seré entonces un yo puro. Los caprichos son propios del yo empírico, que nos vuelve heterónomos, como las órdenes y las costumbres; pero la libertad, que hace de mí un ser desinteresado y autónomo, me convierte en un yo puro. Todos los animales actúan por interés: sólo el ser humano puede ser desinteresado al actuar. Si soy juez y debo juzgar a mi amigo y lo absuelvo a pesar de saberlo culpable, estoy actuando como un yo empírico; si soy justo y tengo que condenarlo aunque sea mi amigo seré, verdaderamente, un yo puro. Hay poca gente pura en el mundo en que vivimos. Eso pensaba Kant. En la película Los diarios de la calle vemos cómo unos jóvenes que se crían en guetos marcados por su origen étnico acaban teniendo problemas con la justicia; si uno de ellos tiene que ser sometido a juicio, los testigos de su etnia tienen la obligación de testificar a favor de ellos, aunque sean culpables; de lo contrario serán perseguidos por los propios miembros de la etnia a la que pertenecen. Lo que nos dice Kant es que sólo si actuamos de manera desinteresada seremos justos. 



6. Aparece pepito Grillo. (Sócrates).
            La conciencia es esa voz interior que nos dice lo que está bien y lo que está mal. Algunos quieren triunfar desoyendo la voz de su conciencia, haciendo cosas perversas; otros prefieren hacer cosas buenas aunque la gente no los aplauda: es lo que quería Sócrates. Hoy no está de moda ser bueno; por el contrario, la gente aplaude a los que son “mosca”, a los “vivos”, a los pillos, a los sinvergüenzas; incluso en el cine y la televisión los héroes suelen ser los ladrones, los asesinos y los corruptos; e incluso a veces, cuando te llaman bueno, en realidad te quieren llamar tonto; hasta el propio Antonio Machado tuvo que aclarar que era, “en el buen sentido de la palabra”, bueno; y Kant advertía con amargura que en este mundo a las personas malas les va bien y a las personas buenas les va mal, y eso es injusto: pero es así.
            La conciencia es ese olfato moral del que habla Savater; ese buen gusto moral con el que nacemos, y que se desarrolla con la práctica por si alguien se olvida de él. La conciencia es esa voz interior que nos habla sin engañarnos. Dice Savater que tener conciencia es pensar en sí mismo, y no tenerla es, por el contrario, convertirse uno mismo en su propio enemigo.

7. Ponte en su lugar. (Protágoras).
            Dice Frankestein que es malo porque es desgraciado; si eso es verdad resultará que si, cuanto más felices somos, también somos más buenos, será bueno para nosotros que quienes nos rodean también sean felices. Perseguimos a los malvados, pero rara vez nos paramos a pensar qué piensan y qué sienten; para comprender a los demás es necesario amarlos. Protágoras se esforzó en comprender al adversario e inauguró la técnica del doble discurso: consistente en defender lo contrario de lo que se piensa, ponerse en lugar del rival e intentar sentir y pensar como él. Esto se llama hoy empatía, pero antiguamente se llamaba compasión. Se trata de hacer un esfuerzo por ver las cosas como las ven los otros, y nos sorprenderá descubrir que detrás de todas las personas que hacen daño hay siempre una persona que está sufriendo. 



8. Tanto gusto. (Hedonismo).
            Hay quien piensa que sufrir es bueno: son los puritanos. Y quien piensa que lo que es bueno es el placer: son los hedonistas (“hedoné” en griego significa “placer”). El problema es que no sabemos qué son los placeres.
            Para Aristipo hay que buscar los placeres sensoriales: el placer del olfato (los perfumes), del gusto (los banquetes), del tacto (el erotismo)… Ahora bien, hay que tener un control de los placeres y no dejar que sean ellos los que nos controlen a nosotros. Savater recuerda que el uso de los placeres nos enriquece la vida, mientras que el abuso nos la quita; no hay que permitir (y en esto sigue los pasos de Montaigne) que un placer te quite la posibilidad de disfrutar de los otros; el tabaco te priva del sentido del gusto; el alcohol inhibe tu capacidad sexual; las drogas te incapacitan para seguir disfrutando, porque el síndrome de abstinencia es un continuo sinvivir. Cuando un placer te mata (dice Savater) es un castigo disfrazado de placer, mientras que el placer intenso, cuando es sano, disuelve la rutina y le pone emoción a nuestra vida.
            Aunque Epicuro no estaba de acuerdo con esta forma de ver las cosas. Para Epicuro el verdadero placer es la ausencia de necesidad (hay un refrán que dice: “no es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita”). Los placeres sensoriales siempre acaban en dolor: la borrachera acaba en resaca, la comida en indigestión, la droga en dependencia, las competiciones siempre nos hacen sufrir por el ansia que tenemos de ganar… Hay que buscar, por el contrario, los placeres espirituales, que son también los  placeres tranquilos: la lectura, el paseo, la conversación de los buenos amigos, el arte… Se ha criticado a los epicúreos porque viven una moral de viejos: no beben porque tienen ácido úrico, no comen porque tienen colesterol, no compiten en el estadio porque sus músculos ya no tienen fuerza; Savater, en estas páginas, se muestra hedonista cirenaico, no epicúreo (Aristipo vivía en la ciudad de Cirene); a diferencia de los animales, tenemos que transformar la alimentación en gastronomía, el movimiento en atletismo, el sexo en erotismo: es necesario disfrutar.
            Pero añade, inmediatamente, que hay que poner el placer al servicio de la alegría; que la alegría es un sí espontáneo a la vida que nos brota de dentro; y que la vida no sólo es placer, sino que abarca placer y dolor; e introduce, en todas estas ideas, el planteamiento de Nietzsche. De ahí deduce que no hay que abstenerse de los placeres, sino supeditarlos a la templanza, y define la templanza como el arte de poner el placer al servició de la alegría; o sea, de la vida.
            No aparece aquí Stuart Mill cuando valora los placeres en cantidad (hay que buscar el máximo placer para el mayor número de personas), pero sí cuando los valora en calidad: hay que preferir los placeres superiores a los inferiores; entre beber una copa y admirar un cuadro, o entre Aquí no hay quien viva (infumable serie de televisión) o El acorazado Potemkin (una de las mejores películas de todos los tiempos), siempre es preferible lo segundo. No sólo hay que controlar los placeres, como decía Aristipo, sino que también hay que seleccionarlos. Stuart Mill lo resume en una expresión muy gráfica: “es preferible ser un hombre insatisfecho antes que un cerdo satisfecho”. 



9. Elecciones generales. (Maquiavelo).
            Ya había dicho Aristóteles que el ser humano es un animal social: por lo tanto la ética debe acompañar a la política. En este punto Fernando Savater hace un pequeño resumen de las cosas que ha ido tratando en este libro: hay que tratar a las personas  como a personas, porque tienen dignidad y no precio (Kant); ponernos en su lugar (Protágoras); vivir en comunidad (Aristóteles); amar a nuestros semejantes (San Agustín).
            Pero nos advierte que tengamos cuidado con el maquiavelismo: al separar la ética de la política, Maquiavelo admite (aunque la literalidad de esta expresión no sea suya) que el fin justifica los medios; que podemos cometer injusticias y atropellos si el fin que perseguimos es bueno; y que los derechos de las personas están subordinados a los intereses del Estado. Las bases del totalitarismo estaban ya en Maquiavelo (y, aunque Savater no habla de ello, también las encontramos en Platón).
            Lo que sí queda claro aquí son los tres valores fundamentales que defiende Savater: la libertad (la política coordina lo que muchos hacen con sus libertades); la igualdad (la dignidad de la persona nos hace iguales al obligarnos a admitir nuestras diferencias); y la solidaridad, que en otro tiempo fue una caridad bien entendida (asistencia, simpatía, compasión). Y si en la esfera privada Savater se nos presentaba como un hedonista convencido, en la esfera pública se nos muestra como un firme defensor de los tres valores encarnados en el lema de la Revolución francesa.

Epílogo.
            Como podemos ver, Ética para Amador es un compendio de algunas de las principales teorías que se han sucedido a lo largo de los tiempos. El siguiente paso sería ordenarlas y sistematizarlas un poco, pero eso ya queda para otro momento. Lo interesante ahora es comprender por qué este libro ha tenido tanto éxito: y es que en un lenguaje natural, sencillo, asequible y llano, ha sabido introducir los pilares más importantes de la historia de la ética; eso sí, sin nombrarlos; sin pedantería; sin presumir de ello; Fernando Savater ha sido catedrático de ética durante muchos años, primero en Deusto, luego en Madrid. Sólo quienes saben mucho pueden decir tanto en tan pocas palabras. Decía Ortega y Gasset que la claridad es la cortesía del filósofo. Y Vargas Llosa, en la presentación de su último libro, en Madrid, ha confesado que cuando era joven buscaba la complejidad, pero ahora es la claridad lo que más le interesa; y es que es un error pensar que la profundidad tenga que expresarse con oscuridades: se puede ser profundo sin llegar a ser oscuro, por lo menos en algunas cosas. Fernando Savater, con la humildad que le caracteriza, ha demostrado que no necesita hacer alarde de conocimientos y que vale más que los grandes autores lleguen el gran público con palabras claras y sencillas llenas de erudición, pero sin parecerlo. En eso estriba su calidad. En eso estriba su modestia. Pero levantando el caparazón donde yacían dormidos los datos históricos, he querido sacarlos a la luz: y los he puesto al desnudo.






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