viernes, 2 de marzo de 2018

LO QUE NO PODEMOS DECIR MEJOR CALLARLO



LO QUE NO PODEMOS DECIR MEJOR CALLARLO


             Wittgenstein nos invitaba a callar cuando queríamos decir cosas que no se podían decir; Plotino hablaba de lo inefable, lo que no cabe en las palabras. Hay cosas que, por mucho que las retorzamos, no se pueden comunicar (y, más que decir tonterías, es preferible no decir nada); el silencio; quedarse callados es mejor que hablar cuando las palabras son incapaces de transmitir lo que queremos; es como empeñarse en quitar un tornillo grueso con un destornillador pequeño, por mucho que nos empeñemos, la punta del destornillador bailará dentro de la ranura sin ajustarse a ella; lo único que podemos hacer es renunciar a quitar el tornillo.
            La propuesta de Wittgenstein se puede interpretar de dos maneras. Veamos la primera: si las palabras se refieren a las cosas y hay cosas que no se pueden decir, entonces sólo podemos resignarnos a no decirlas. Podemos decir que un color es una longitud de onda pero no podemos decir lo que es un color para un ciego. El mundo se divide en dos regiones: la de lo que se puede decir y la de lo que no se puede. Y como decir es lo mismo que conocer, el mundo contiene cosas que podemos conocer y cosas que no conoceremos nunca. El conjunto de las cosas accesibles al conocimiento son los hechos que percibimos, deducimos y comunicamos: la ciencia; la ciencia está construida con hechos de los que salen ideas y teorías que, a su vez, nos permiten descubrir otros hechos. Esta concepción de la ciencia como conjunto de hechos observables recibe el nombre de positivismo.


            Pero hay otra interpretación posible de la propuesta de Wittgenstein. Yo siento mucho dolor y no puedo decir qué es el dolor, pero grito: entonces el médico sabe que me tiene que poner un calmante. Anthony de Mello hablaba del canto del pájaro: el pájaro no canta –decía- porque tenga nada que decir, sino porque tiene algo que expresar. Lo que se expresa no se puede decir con palabras, pero se transmite con gritos, gestos, risas, distancias, silencios. La música dice sonidos, pero expresa sentimientos. Hay un territorio lleno de cosas que no se pueden decir pero pueden expresarse. ¿Y qué es expresarse? Decir a medias. Acercarse al significado de las cosas sin entrar en él, pero sin quedarse fuera. Es como tener una palabra en la punta de la lengua, la sentimos pero no llegamos a saberla. Pensar no es ahora decir cosas exactas que caben dentro de una fórmula, sino moverse entre inexactitudes acercándonos siempre a la precisión, pero sin llegar a ella. Ningún concepto puede decir lo que sentimos, ni mucho menos expresarlo: entonces recurrimos a la imagen, a la comparación, a la sinécdoque, a la metáfora; esto es como aquello pero no exactamente así, y tiene un poco de lo otro. Y cuando, escuchando una metáfora, llegamos a sentir cosas parecidas a las que siente quien la dice, entonces la metáfora ha conseguido expresarse. El positivismo llega a todas esas realidades que se pueden encerrar en las palabras, y construye telarañas muy complicadas con conceptos muy simples; pero este otro tipo de realidad donde las cosas que no se pueden decir, sin embargo, se expresan, nos permite acceder a otra forma de conocimiento: la de las realidades que son tan complejas que no caben en ninguna palabra, pero cuya relación es tan simple que hasta el más simple puede captarlas; a esa forma de conocer no la llamamos entendimiento, sino sentimiento; nadie puede saber lo que es un color más allá de su naturaleza electromagnética, pero podemos sentirlo. El amor, la bondad, la pasión, la belleza, son cosas que no se entienden; pero se sienten; se conocen, sí, pero de otra forma; esas cosas las sabemos, como decía San Juan de la Cruz, “toda ciencia trascendiendo”.
            Wittgenstein tenía una palabra para nombrar ese tipo de realidades: lo místico. Pero como era positivista, se pasó toda la vida sintiendo el universo místico sin intentar expresarlo. Se lo prohibió a sí mismo, porque lo místico no se  puede decir con palabras. Se condenó al silencio. Pero callar es una forma dolorosa de sentir y sólo puede aliviarse intentando expresar (aunque ya las palabras no sean conceptos) lo inefable. El poeta es el que quiere expresar lo tremendo. Lo tremendo es resignarse a sentir la vida sin poder expresarla. Pero podemos expresarla a medias. Renunciando a conocer del todo. Por eso el poeta goza, y Wittgenstein, empeñado en no abrir sus puertas, sufrió siempre; se quedó a este lado de la poesía sin conocer lo que hay dentro, sin atreverse a mirar, sin pasar al otro lado.







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