viernes, 9 de marzo de 2018

PALABRAS PARA UN JOVEN QUE LEE A SAVATER




PALABRAS PARA UN JOVEN QUE LEE A SAVATER


             ¿Puedo ser feliz? ¿Cómo? Encontré la respuesta en un libro que Savater le había escrito a su hijo Amador. Si ser libre es lo mismo que ser feliz, no puede ser feliz quien ha renunciado a los placeres; y si el placer es bueno, el cuerpo, que es fuente de placer, no puede ser por naturaleza malo.

  1. El cuerpo.
Nosotros no tenemos cuerpo. No si entendemos que “tener” significa “poseer”. Muchos son los que dicen: “mi cuerpo es mío, yo hago con él lo que quiero”. Hablan como si su cuerpo fuera suyo. “Si me apetece emborracharme, me emborracho; si quiero copular, copulo; si quiero matarme, me mato”: y se quedan tan tranquilos. Hablan del cuerpo como si fuera una propiedad, una mercancía. Lo mismo que cuando compro un libro lo puedo usar como pisapapeles, si ése es mi deseo: del mismo modo cuando se trata de utilizar mi cuerpo también puedo estropearlo si quiero. Punto y aparte.
Hablar así es desconocer el significado de las palabras. Si le echamos un vistazo a un diccionario (el que sea), encontraremos que el primer significado de la palabra “tener” no es “poseer” (ése viene en sexto o séptimo lugar); antes que “poseer” significa “asir”, “gozar”, “mantener”, “contener” o “dominar”; también “guardar” y “hospedar”; de modo que “tener un cuerpo” no significa tenerlo en propiedad, sino en custodia; yo no soy el propietario de mi cuerpo, sino su guardián: él es mi huésped; a los huéspedes no se los mata ni se los estropea, sino que se los cuida; y “cuidar” significa también “dominar”, “contener”; si un niño se echa a correr cuesta abajo tendremos que contener sus bríos para que no se caiga por el barranco; y si pide muchos caramelos habrá que dominar sus deseos para evitar que le salgan caries en los dientes; el cuerpo se cuida, no se usa como si fuera una herramienta; lejos de ser nuestra propiedad (es decir, nuestro esclavo), el cuerpo es nuestro invitado; no hacemos con él lo que queremos, hay que tratarlo bien; emborracharse, drogarse, abusar sexualmente de él es la mejor forma de tratar mal al cuerpo; el cuerpo sólo nos proporciona un auténtico placer si nos enamoramos de él, como un amigo sólo se comporta como amigo si lo queremos de verdad; si nos dejamos ayudar por él, si lo ayudamos.
Además, nuestro cuerpo nos ha sido dado por nuestros padres. Si nosotros lo maltratamos ahora, no sólo nos maltrataremos a nosotros mismos, sino que también maltrataremos a nuestros padres; maltrataremos a nuestros amigos, que nos necesitan; y maltrataremos a cualquier desconocido, que a todos nos ofende y nos hace sufrir ver cuerpos enfermos, borrachos, sumidos en el exceso, mortecinos y débiles. El cuerpo no es una herramienta que usamos para gozar, sino el protagonista de nuestro placer; es un amigo, no una propiedad; es un ser íntimo que nos consuela, no un ser extraño.
¿Disfrutar? Por supuesto. Disfrutar con nuestro cuerpo, no a costa de él. Que la vida, al fin y al cabo, es alegría y la alegría es fuerza, salud que se consigue con el placer. ¿No habéis visto las caras tristes que deja en nuestro rostro el placer de la droga? El alcohol, cuyo exceso nos proporciona un falso placer, ¿no nos hace comportarnos como monos?


  1. El placer.
 La timidez y la falta de audacia son problemas que tienen que sufrir muchos jóvenes: no confían en sí mismos, miran de reojo, no se atreven, y muchos encuentran en el alcohol la solución a sus problemas. El alcohol te libera, te quita la vergüenza, te atreves a hablar y a bailar… También aumenta la alegría entre las personas.
Pero lo que tenemos ahora no es una cultura del vino, sino un culto al vino. Lo principal no es alegrarse, sino emborracharse. ¿Qué tal lo pasaste anoche? ¡Genial, me cogí una cogorza…! Genial, sí; es genial emborracharse a la media hora de salir de casa y estar tirado en una esquina mientras tus amigos se divierten; porque lo principal no es beber, sino presumir de que se bebe. Y presumir de que se aguanta. Nos reímos de quienes no pueden beber más de dos vasos sin emborracharse y no nos damos cuenta de que, si aguantamos seis, es porque ya estamos alcoholizados: confundimos intoxicación con resistencia. Presumir de borrachera es, entonces, una forma de sentirse fuerte; como si le echáramos un pulso al vino y creyéramos vencerlo cuando en realidad es él el que nos está venciendo.
Lo mismo pasa con el sexo: ya no se trata de disfrutar, sino de presumir; presume más quien antes empieza. ¿Lo has hecho?, te dicen a los trece años; y como digas que no, ya están llamándote ignorante, pardillo, anticuado, frustrado y hasta trastornado, si me apuras. Es como si el conocimiento estuviera dividido en dos mitades: saber de sexo y probarlo antes de tiempo (eso da prestigio); y saber latín y matemáticas (eso te lo quita). Es la antesala del maltrato para quienes estudian; los nuevos héroes son quienes prueban las cosas antes de estar preparados para probarlas: el alcohol, el sexo y el tabaco. Y hasta probar cosas que no hay que probar nunca: las drogas. El consumo nos hace más fuertes y más machos si somos chicos; más modernas y superadas si somos chicas.
Y es que hay jóvenes que no usan el cuerpo para buscar placer, sino poder. El poder nace cuando se muestra,  y no hay mejor forma de ser poderoso que aparentar serlo: hago como que domino el alcohol, y mostrar aguante significa, en realidad, que mi cuerpo ya no aguanta; hago como si el sexo para mí no tuviera secretos y cuanto más muestro mi experiencia más se muestra mi ignorancia; voy por ahí presumiendo de ser experto en drogas, hasta que me da una sobredosis y me mata.
Culto al cuerpo. En el cuerpo buscamos placer y lo encontramos en el alcohol, el tabaco, las drogas, el sexo y la comida rápida; pero también buscamos poder, y lo logramos compitiendo para ver si descubrimos nuevas fuentes de placer antes, mucho antes, que los demás; buscamos una imagen y la encontramos en el gimnasio; en el peircing, en los tatuajes, en las modas, en los símbolos de la tribu, en la ropa de marca. Placer, poder e imagen. En la imagen nos reconocemos, como si tuviéramos miedo de no gustarnos, de no disfrutar de lo que somos; le tenemos miedo al espejo; y, para no ver en él las miserias de nuestra desnudez, nos ponemos máscaras: los peircings, los tatuajes, los músculos hinchados en el gimnasio (aunque sea artificialmente, con anabolizantes), y los símbolos y ropas son imágenes: nos gustan para cubrir con ellas nuestra propia imagen, que no nos gusta. Así, presumimos de lo que no tenemos. No nos mostramos ante los demás como somos, sino como los personajes que nos hemos creado, con los disfraces que nos hemos puesto; cuando nos miramos al espejo no vemos nuestro rostro verdadero, sino el rostro de la sociedad, que se ha apoderado de nosotros; presumir de ser como quiere la moda es mostrar como fuerza lo que nos hace débiles: porque ser como Lady Gaga es la mejor forma de no ser ni ella, ni nosotros; esa manía de “ser como” es la mejor forma de no ser nada. ¿Qué hay detrás de ese culto al cuerpo? Una tremenda insatisfacción.


Buscar el placer, sí; es bueno, es bonito, pero tienen que ser placeres naturales (comer, beber, leer y escribir, ver cuadros y pintarlos, conversar con los amigos, pasear, escuchar música… buscando siempre la calidad, que nos llena por dentro; nos llena de satisfacción, de intensidad, de plenitud, de vida); no se trata de buscar placeres artificiales (alcohol, drogas, tabaco), que no nos llenan por dentro y son un exceso en sí mismos. La vida placentera nos llena de entusiasmo, de ganas de vivir, el trabajo se convierte en placer cuando lo vives con salud; pero los placeres tóxicos nos ponen la cara triste cuando nos reímos, la cara se nos queda demacrada a fuerza de disfrutarlos, nos quitan la ilusión y se nos apaga la fuerza de la vida. Hay que vivirlos con autenticidad, no imitando a los ídolos de los famosos; y ser auténticos es lo mismo que ser libres; hacer lo que queremos y no lo que quiere la moda; hacer nuestra voluntad y no nuestro capricho, porque el capricho no es más que la esclavitud de estar pendientes de que dirán los demás, de qué dirán los amigos. Ser auténtico es ser tú, con tus luces y tus sombras, tus virtudes y defectos, tus potencias, tus debilidades, un tesoro que hay dormido dentro de ti y tienes que despertarlo: no ser la cara que nos impone la sociedad y cuando la abres no hay ningún tesoro, está vacía; el mayor tesoro que tienes es poder disfrutar de lo que eres, disfrutar de tu imagen, tirando las máscaras pero sin olvidarte del mundo en el que vives; disfrutar de los placeres del cuerpo y de los del alma, sentirte fuerte porque no necesitas ninguna máscara, ningún tatuaje, ningún peircing, porque no necesitas ser un anuncio, te basta con ser tú mismo. Ni obedecer órdenes de la moda, ni dejarte arrastrar por los caprichos, ni ser esclavo de las tentaciones, y que tus costumbres obedezcan al corazón: y no ser un corazón encadenado a unas costumbres que te han dictado las máscaras de la sociedad: a través de la televisión, de internet, de las redes sociales, del móvil o del MP3, al servicio de los mitos. Si eres fuerte no necesitas presumir de lo fuerte que te sientes. Si te quieres a ti mismo no necesitas cuidar tu imagen, pues tu imagen se cuida sola. Y si sabes disfrutar no necesitas tentaciones, pues tú mismo sabrás elegir con qué cosas vas a motivarte, sin necesidad de que el mundo de la fama te diga lo que tienes que hacer: porque los famosos viven en un mundo que no es verdad, y, aunque disfrutemos alguna vez de ellos, no los necesitamos para vivir, necesitamos huir de sus mentiras. Ya lo decía Quevedo: atavío y afeite cuesta caro y miente.

  1. Nuestro prójimo.
 Podemos buscar la felicidad, el placer, el amor o la libertad y nos estaremos desarrollando como individuos: pero nos faltarán los amigos para desarrollarnos de verdad. Robinson Crusoe cambió radicalmente en su vida cuando se encontró con Viernes (porque estar con otra persona es estar en otro mundo; la compañía de una persona lo amplía todo y todo lo enriquece, nos cambia de cabo a rabo). El otro es un ser que al mismo tiempo que me potencia, me limita. Soy libre, pero mi libertad termina donde empieza la suya. El amor no tiene sentido si no tengo a una persona a quien amar. En cuanto a la felicidad, ¿cómo puedo ser feliz si no estoy rodeado de personas sino de cosas? Las cosas las puedo utilizar, a las personas no; en cambio las personas pueden darme satisfacciones que una cosa no me dará nunca. Estar con una persona quizá me permita hacer menos cosas, pero las cosas que hago tendrán, desde luego, mucha mayor calidad para mí; calidad humana, por lo menos.
Hoy en día utilizamos los móviles para comunicarnos (otros los llaman celulares, todo depende: en cada país los llaman de una manera distinta); y muchas son las personas que, teniendo amigos a su lado, no hablan con ellos sino con los móviles; o sea, que preferimos hablar con las máquinas antes que con las personas.


En el siglo pasado aparecieron los medios electrónicos de comunicación. El teléfono servía para hablar con las personas que estaban lejos; luego vino la radio para escuchar y entretenernos, no para hablar; cuando ibas al peluquero te callabas para escuchar la radio, o hablabas y la radio se convertía en un rumor de fondo, un ruido al que nos fuimos acostumbrando. Cuando llegó la televisión se convirtió en un huésped que rompió definitivamente todas nuestras conversaciones; huésped, porque, cuando volvías de trabajar, siempre estaba encendida, como un invitado más, aunque no la escucharas; plomo porque, como pasaba con los cortocircuitos, siempre saltaban los plomos de la conversación, y cuando estábamos todos a la mesa, la mirábamos y no hablaba nadie: pero al menos estábamos juntos. Hoy ya no vemos juntos la televisión. En algunos hogares cada uno tiene la suya y nos retiramos todos a nuestra habitación para verla: sin hablar con nadie. En otros hogares sólo hay una televisión para todos: pero entonces viene el móvil y cada uno está en lo suyo, sin interesarse por lo que hacen los demás. Antes veíamos una película juntos y la comentábamos. Ahora cada uno ve la suya y no comenta nada; nuestros cuerpos están juntos, pero nuestras mentes se han separado; estamos uno al lado del otro pero no  nos hablamos, preferimos hablar con las máquinas. Todavía habrá quien diga: “no, si yo no hablo con el móvil, sino con una persona que tengo al otro lado”. Y entonces nos preguntamos: “¿y qué tiene esa persona que está lejos para que prefieras hablar con ella y no conmigo, que estoy junto a ti?” Los medios de comunicación han nacido para incomunicarnos. Ya no compartimos cosas con los que están presentes, sino sólo con los ausentes, que no pueden acariciarnos, sonreírnos ni mirarnos; y el lugar donde estamos juntos ya no es un hogar, sino una casa.
Vas en el metro y la gente está leyendo. Pero lo que más ves es gente que usa el móvil. En ambos casos nos aislamos de cuantos nos rodean, pero es que en la parada del autobús, en el metro, en la calle, estamos rodeados de desconocidos; no es lo mismo que cuando nos aislamos con los que viven en casa. Por otro lado, los libros son comunicación con los ausentes, que son sus autores, sí: pero comunicación de calidad, llena de matices que alimentan nuestra fantasía, nuestra emoción, nuestro entendimiento; sin embargo pero los móviles wasapean con frases cortas, descuidadas, llenas de imprecisiones, faltas de matices y plagadas de faltas de ortografía, que nos introducen en conversaciones efímeras, en intrascendencias y banalidades; al cambiar el libro por el móvil también hemos salido perdiendo.
El hogar y la amistad son calor de vida que se alimenta comunicando. Los japoneses identifican al silencio con el diablo: de modo que, si seguimos esa forma metafórica de hablar, al meter en casa esos medios de comunicación que nos incomunican resultará que hemos metido en casa al diablo. Acordémonos de Robinson: cuando, en lugar de hablar con las cosas, pudo hablar con un semejante que compartía sus alegrías y sus tristezas, pudo darle a su vida un salto de gigante. Yo creo que ese sentimiento lo podríamos compartir. Rescatar a ese ángel que duerme dentro de nosotros, no al diablo del silencio, de la insolidaridad y de la incomunicación que también tenemos dentro. Sería bueno que el móvil nos ayudara a comunicarnos con los ausentes; no a sustituir a los presentes que tenemos a nuestro lado.


  1. La felicidad.
 Tanto gusto. Con esa frase de presentación nos invita Savater a saborear el placer. Los límites del placer son, por un lado, el exceso; los excesos nos traen pobreza espiritual y un cuerpo en un espíritu insatisfecho es, a la postre, también un cuerpo insatisfecho; el hastío; el hastío lo sentimos cuando lo hemos probado todo como quien come sin digerir, le hemos quitado a la vida el misterio que tenía y ya no nos satisface nada. Y si por abajo tenemos la puerta del empobrecimiento (que no deberíamos franquear nunca), por arriba tenemos otra puerta igualmente perversa: la del puritanismo, que es pensar que una cosa es mala sólo porque nos da placer. Entre esos dos límites, la permisividad y la prohibición, se extienden todas las formas del placer, todas sus gamas, allí tienes donde elegir; “tanto gusto”, dice Savater; que te aproveche.
Hay placeres que vibran en el cuerpo. Hay otros que vibran en el corazón. El cuerpo es un camino que lleva al corazón, y el temblor de la piel sólo es hermoso cuando escucha sus voces. “Haz lo que quieras”, dice Savater: pero sólo si lo haces por amor; porque, hagas lo que hagas, si es el amor el que te guía sólo puede ser bueno. Y en otro momento dice Savater: “tendrás que pensártelo”; el pensamiento sólo es bueno si late al unísono con el corazón. Yo puedo estudiar la radiactividad, pero no es lo mismo estudiarla para fabricar bombas que para combatir el cáncer. El corazón tiene que ponerse de acuerdo con la cabeza. Quererte a ti mismo es lo mismo que querer a los demás, que el egoísmo, cuando se transforma en empatía, no es más que generosidad. No es posible que una madre que se odia a sí misma pueda querer de verdad a sus hijos. No olvides lo que dice Frankestein cuando se encuentra con una niña; “¿por qué eres malo?”, le pregunta la niña; y Frankestein le contesta: “porque no soy feliz”. ¡Qué fácil es ser bueno! Basta solamente con ser feliz.
Toda la ética se resume una sola palabra: felicidad. Las personas que son felices nunca son malas, y para ser felices hay que disfrutar de los placeres (del alma, por supuesto, pero si tu cuerpo no disfrutara sería muy difícil que tu espíritu llegara también a disfrutar). Ni esclavizar el cuerpo con las cadenas del alma, como hacían los antiguos, ni esclavizar el alma con las cadenas del cuerpo, como algunos jóvenes lo están llegando a creer. El cuerpo y el alma deben ser libres y deben quererse, del amor entre ambos sale la verdadera felicidad. Y la felicidad, como todas las medallas, tiene dos caras: la otra es la justicia. Si quieres ser justo debes ser feliz y sólo los jóvenes que se realizan pueden ser felices de verdad. “¡Despierta, baby!”, dice Savater. Despertar al mundo es abrirle los brazos, y en el abrazo que tú das está también el abrazo que recibes: ser justo es ser feliz y si haces felices a los otros ¿quién te quitará el placer de ser bueno? ¿Quién te quitará las ganas de disfrutar?









3 comentarios:

  1. Una hermosa reflexión para los jóvenes bachilleres que hoy estudian Ética para Amador y nuestra querida Lechuza Literaria nos regala lo que la ética debe condolidarse en estos alumnos, ávidos de vida para despertar. Gracias enormes querida Lechuza.

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  2. Una hermosa reflexión para los jóvenes bachilleres que hoy estudian Ética para Amador y nuestra querida Lechuza Literaria nos regala lo que la ética debe condolidarse en estos alumnos, ávidos de vida para despertar. Gracias enormes querida Lechuza.

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  3. "Despierta, baby!”, dice Savater. Despertar al mundo es abrirle los brazos, y en el abrazo que tú das está también el abrazo que recibes: ser justo es ser feliz y si haces felices a los otros ¿quién te quitará el placer de ser bueno? ¿Quién te quitará las ganas de disfrutar? Efectivo final para un joven de un mundo tan de vanguardia que se asombra con la palabra de Savater estimado Lechuza y que se va despabilando como dice Benedetti en " Despabílate amor que el horror amanece ".

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