viernes, 13 de abril de 2018




OCCAM Y LA CULTURA DE LA IMAGEN  


             Un signo es una realidad con significado. El significado es una intención del alma (a no ser que se trate de señales, en cuyo caso sería más bien una atención del alma). Vayamos por partes:
Una intención del alma es cuando ponemos cosas dotándolas de significado. Pulgarcito dejó piedras en el camino para marcar el camino de vuelta; para él esas piedras no eran piedras sino avisos, marcas, señales que identificaban, entre todos los caminos posibles, cuál era el que tenía que tomar para volver a casa. Un marcapáginas es una señal que ponemos en el libro para saber hasta dónde hemos llegado con nuestra lectura. Y una fotografía es una señal que hemos puesto debajo de un nombre para identificar a una persona.
            Una atención del alma es cuando atribuimos significado a las cosas, convirtiéndolas en signos cuando descubrimos relaciones lógicas entre ellas. Esos signos son causados por sus significados cuando no se parecen a ellos; el humo es causado por el fuego, el agujero es producido por la bala y la herida ha sido abierta por el bisturí. En la película de Jean-Jacques Annaud, Fray Guillermo estudia unas pisadas que hay en la nieve sobre una pendiente; las que suben son menos profundas que las que bajan: la razón es que, al bajar, el fraile iba con un peso encima, posiblemente el cadáver de otro fraile; lo dejó al fondo del terraplén y por eso al volver, sus pisadas eran menos profundas.
            Los signos intencionales sirven para comunicar; la atención a los signos, para descubrir. El investigador debe estar atento a las señales que tiene delante para poder interpretarlas. En algunos casos esas señales se parecen a lo que representan, como una foto se parece a su modelo o una estatua se parece a su personaje; en otros casos no se parecen, como el humo no se parece al fuego ni la pisada al pie; en el primer caso hablamos de imágenes; en el segundo, de huellas; tanto las huellas como las imágenes pueden servir para expresar cosas (como el pintor del Escorial firmaba con un caballo blanco, o el ciudadano se identificaba con una bandera, o aquella sociedad secreta firmaba con el dibujo de una mano negra); o para estudiarlas (como los huesos del paleontólogo o las huellas de Fray Guillermo). Hay, pues, signos para llamar y signos para entender.
            Hay otros signos que no se parecen a lo que representan pero tampoco son causados por sus significados: son las palabras. La herida es una señal que avisa de la presencia del bisturí, pero la palabra “bisturí” sirve para señalar el bisturí que estamos buscando y para hacernos preguntas acerca de él. Una chaqueta en el asiento de un cine sustituye a su dueño para indicar que la silla está ocupada: ésa es una señal entendida como mensaje lanzado por su dueño; pero un papel con la palabra “ocupado” produce también el mismo efecto. Las palabras reemplazan o sustituyen (a veces pueden suplantar) a una pluralidad e individuos; por ejemplo el término “hombre” sustituye a todos los hombres individuales. Occam decía que las palabras sustituyen a las cosas a las que se refieren (es la teoría de la suppositio; “suppositio” significa en latín “sustituir”).


            En la teoría de Occam las imágenes y huellas no producen intelección, a menos que conozcamos previamente la realidad a la que se refieren; un círculo rodeado de otros círculos es ininteligible (a menos que conozcamos lo que es un átomo, en cuyo caso lo identificaremos con un núcleo rodeado de electrones); o un montón de esferas apelotonadas como una frambuesa es imposible de identificar (a menos que sepamos que es el ojo de un insecto fotografiado con muchos aumentos). Las palabras, en cambio, sí producen intelección, o lo que es lo mismo: desarrollan nuestra inteligencia.
            La idea de Occam es muy sugerente si la trasladamos a la cultura de la imagen. Una imagen (decían los chinos) vale más que mil palabras, y era porque la escritura china es tan compleja que resultaba más fácil dibujar que escribir. Pero con Occam sabemos que una palabra vale más que mil imágenes; por lo tanto, leer una novela nos enriquece mucho más que ver una película. Si la novela habla de un coche nosotros nos tenemos que imaginar cómo es el coche, atendiendo al contexto y, muy especialmente, al lugar y la época; pero una película te lo muestra tal y como es y te ahorra, por tanto, el trabajo de imaginarlo.
            Si nos atenemos a la teoría de la evolución, veremos que el progreso ha consistido en sustituir el tacto por el olfato, el olfato por la vista y la vista por el oído. Los mamíferos primitivos tenían un lóbulo olfatorio muy desarrollado, pero los insectos tenían antenas como los gatos pelos en el bigote; nuestro lóbulo olfatorio se ha atrofiado bajo la masa encefálica en la que se han desarrollado, como flores en primavera, el lóbulo occipital (que controla las imágenes) y el lóbulo temporal (que controla el habla con las áreas de Broca y de Wernicke). Evolucionar es, por consiguiente, pasar del contacto al olor, del olor a la imagen y de la imagen al sonido; un animal que habla es más perfecto que un animal que ve; y leer es siempre más interesante que mirar una pantalla. Cuando los seres antropomorfos se hicieron arborícolas necesitaron dominar las tres direcciones del espacio para no caerse, y desarrollaron una visión estereoscópica; pero cuando el cambio climático destruyó la selva necesitaron dominar no sólo la realidad presente, sino también sus posibilidades; y desarrollaron una forma de comunicación infinitamente más potente que la imagen: el lenguaje. Sin embargo hoy la tecnología está sustituyendo otra vez los sonidos por imágenes, arrastrándonos a una involución que es una evolución al revés, y estamos andando hacia atrás como los cangrejos. Es más, la imagen se ha convertido en soporte de videojuegos, y más que entender una historia nos interesa ahora demostrar nuestra destreza manual apretando botones. En otras palabras: de la inteligencia abstracta (con los conceptos) retrocedemos a la inteligencia concreta (con las imágenes) y ésta sirve de trampolín para proyectarnos hacia la inteligencia sensomotriz: que es la que tienen los niños de menos de un año.


            O sea que la cultura de la imagen nos está atontando. Cierto, también podemos crear poesía con las imágenes, pero eso nos obliga a proyectarlas hacia el concepto, y necesitamos símiles, metáforas, metonimias, sinécdoques, hipérboles, ironías y mucha interacción, la mayoría de las veces compleja, entre la imagen y el sonido; pero eso a nuestros jóvenes no les interesa, y en cuanto ven más de dos secuencias del Potemkin nos mandan parar porque “eso ya raya”; prefieren unas secuencias de Torrente, que produce encefalogramas planos.
            En resumen: en Occam (siglo XIV) encontramos herramientas para hacer una buena crítica de la sociedad en la que estamos; porque las huellas y las imágenes nos enriquecen si van asociadas al lenguaje, sea éste de imágenes, sonidos o palabras; pero las imágenes solas, al margen del entendimiento, sólo pueden atrofiar la mente de los jóvenes; y éste es un producto desastroso del progreso, que debería desaparecer, si queremos, fecundando las imágenes con palabras. Para eso, desde luego, hay que echarle voluntad al asunto. Y estar dispuestos a ponerle esfuerzo al consumo pasivo de imágenes para mantener vivo nuestro esqueleto cerebral; sin asustarse de tener que rayarse un poco cuando eso nos obligue a pensar, tan pronto como empezamos a enriquecernos, con nuestras mentes demasiado cómodas y atrofiadas.




2 comentarios:

  1. Siento que el educar ha caído en esta verdad, pero hay una esperanza, los libros siguen atrás, en ese estante Tesoro de mi aula, de allí el pensamiento maravilloso se activa, el aprendizaje activo surge como un riesgo/reto y el criterio se empodera del educando: "Y estar dispuestos a ponerle esfuerzo al consumo pasivo de imágenes para mantener vivo nuestro esqueleto cerebral; sin asustarse de tener que rayarse un poco cuando eso nos obligue a pensar, tan pronto como empezamos a enriquecernos, con nuestras mentes demasiado cómodas y atrofiadas".

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  2. Siento que el educar ha caído en esta verdad, pero hay una esperanza, los libros siguen atrás, en ese estante Tesoro de mi aula, de allí el pensamiento maravilloso se activa, el aprendizaje activo surge como un riesgo/reto y el criterio se empodera del educando: "Y estar dispuestos a ponerle esfuerzo al consumo pasivo de imágenes para mantener vivo nuestro esqueleto cerebral; sin asustarse de tener que rayarse un poco cuando eso nos obligue a pensar, tan pronto como empezamos a enriquecernos, con nuestras mentes demasiado cómodas y atrofiadas".

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